lunes, 24 de agosto de 2015

Laos, Mártires OMI: 2º Luís Leroy





El Padre Louis Leroy, o.m.i. 
(1923 – 1961)
Testigo de Jesucristo en Laos,
Martirizado el 18 de abril de 1961 en Ban Pha (Laos)

El día que capturaron al Padre Leroy una mujer de Ban Pha Teu lo vio pasar, rodeado de soldados, por el arrozal cercano del pueblo. Poco después oyó varios disparos y pensó que habían matado al Padre no lejos del bosque. Por la tarde, un grupo de mujeres del mismo pueblo, yendo a buscar leña para el fuego, se toparon con soldados que las echaron atrás. Ellas, aterrorizadas,  regresaron a casa a toda prisa. Pocos días después descubrieron en el bosque, en aquel mismo lugar, una tumba reciente, a la que quisieron darle un aspecto de antigua cubriéndola con ramas y hojas secas por encima. Se comenta que el Padre está enterrado allí, y ya nadie se atreve a acercarse.






Infancia de Luís

Luís LEROY nació el 8 de octubre de 1923 en Normandía (Francia), en el pueblo de Ducey (50).
Fue bautizado al día siguiente en la iglesia parroquial del pueblo, perteneciente a la diócesis de Coutances. Era el primogénito de una familia campesina de 4 hijos.
En 1932 Luís tiene 9 años. Muere su padre. La madre entonces se traslada con sus 4 hijos  a una finca de Villiers le Pré. La iglesia del lugar quedaba muy lejos, la familia frecuenta la iglesia parroquial de Carnet, done él celebrará un día su primera misa solemne.
Al ser el mayor de los varones, terminada la escuela primaria en el pueblo de Villiers-le-Pré, Luís trabaja en la hacienda de la familia durante unos diez años. Será al regresar del servicio militar, a la edad de 22 años, cundo se orientará hacia la vida misionera, a la que aspiraba desde hacía mucho tiempo. Lo admiten en el juniorado de Pontmain de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada donde por dos años y medio tratará de recuperar los estudios secundarios.
Dotado de una destacada inteligencia práctica, no conseguirá dominar el latín, y será uno de sus sufrimientos. Compensaba con creces ese hándicap con la seriedad que ponía en todo lo que hacía. En sus informes el superior escribe: “Muy aplicado, resultados medianos”.  A partir de entonces los dolores de cabeza lo acompañarán siempre durante sus estudios.
En 1947, con un compañero futuro misionero de Camerún, va en peregrinación desde Pontmain a Lisieux: 150 kilómetros a pie para rezar ante la tumba de Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones. Ese mismo año, con una seguridad tranquila que llamaba mucho la tención, hacía esta confidencia a otro compañero: “Yo entré en los Oblatos para ir a una misión difícil donde podría morir mártir”.
En 1948-1949  hace el noviciado en La Brosse-Montceaux (Seine-et-Marne), un lugar que se hizo famoso por la ejecución de cinco Oblatos, llevada a cabo por los nazis en 1945.
Su maestro de novicios  describe su retrato espiritual: “Recto, duro consigo mismo y con los demás. Inteligencia bastante buena, más práctica que especulativa, buen sentido común propio de una campesino normando que nada puede derribar, obstinación que se compensa con una gran caridad y gran docilidad…”
Seguirán seis años de filosofía y teología en Solignac (Haute-Vienne).  Un compañero de su promoción, de procedencia campesina como él, habla de su amistad y añade:
“Yo consideraba al Padre Leroy como un hombre muy serio y muy entregado en todo cuanto hacía: estudio, oración, vida fraterna. Estaba muy seguro de su vocación misionera. Se podría decir que le hacía soñar con la perspectiva del martirio. También era alegre y le gustaba reír, pero siempre con seriedad”.
Un de sus profesores, evocando su memoria, narra un episodio que marcaría la vida de Luís:
El Padre Luís Leroy conservaba la calma y el equilibrio de su origen campesino. Yo conservo de él un recuerdo particular: cuando las Carmelitas de Limonges se trasladaron de la ciudad al campo, les ayudaba a organizar la finca y los cultivos. Desde Laos continuó a ayudarlas con sus oraciones y sus consejos. Ahora, después de su muerte, sigue ayudándolas, y algunas hermanas hablan de él con admiración”.
El 8 de septiembre de 1952 Luis hizo su oblación perpetua. El 4 de julio de 1954 es ordenado sacerdote en la abadía de Solignac. Escribe entonces al Superior general de los Oblatos:
Antes de conocer a los Oblatos me atraían las Misiones de Asia, y por esas misiones yo quería abandonar mi oficio de agricultor… El conocimiento de las Misiones oblatas me ha hecho pues desear Laos, y las dificultades con que ha topado esta misión y que quizá encontrará todavía no han hecho sino que aumentar mi deseo por ese país… Yo acogería con mucha alegría mi obediencia para Laos, si usted juzga oportuno enviarme…”
Su hoja de ruta para Laos tiene la fecha del 11 de junio de 1955.

Un misionero de gran corazón

Conocemos los seis años del Padre Luís en Laos sobre todo gracias a la correspondencia mantenida con las Carmelitas de Limoges: una joya sus consejos para la pequeña granja lechera de las religiosas y les confía sus alegrías, sus esperanzas y sus pruebas de misionero. Estudia con paciencia las lenguas –lao y kmhmu’, y después el Thaï dam- con el hándicap de una sordera precoz. Espera conseguir resultados “medianos”; pero todo esto lo compensa con sus cualidades de acogida y su sonrisa, con su infatigable entrega al servicio de los enfermos, con su amor a los más pobres, con su paciencia con los pecadores.
A su llegada a Laos en noviembre de 1955, lo enviaron Xieng Khouang. Pasado un año, desorientado por las lenguas y múltiples dialectos de esa región, pide pasar algunos meses en el valle del Mekong para familiarizarse mejor con el lao, idioma oficial, que se habla en la llanura. Hizo un largo período de práctica en Tha Ngon cerca de Vientiane.
A finales de 1957 el Padre Luis ya había regresado por las buenas a Xieng Khouang. Desde allí se irá a su puesto definitivo, Ban Pha, en la montaña. Era un poblado todavía neófito, evangelizado por el Padre Joseph Boissel, o.m.i. Allí hablaban el thaï dam, ¡una lengua nueva para él! En sus alrededores había varias aldeas cristianas de lengua kmhmu’ así como un amplio sector a descubrir a donde el Evangelio aún no había llegado.
Durante los tres años y medio siguientes el Padre Luís tenía escrupulosamente al día el diario de la misión, denominado “codex historicus” entre los Oblatos. Cuenta sus alegrías y sus penas
de misionero: expresa lo que sufre ante la tibieza y la falta de constancia de ciertos cristianos; pero sobre todo testimonia una fe inquebrantable y un celo sin límites.
Incansablemente, a la vez que continúa a instruir la comunidad de Ban Pha, visita las aldeas que le han sido confiadas, que se hallan a dos, tres o cinco horas de camino y siempre por sendas imposibles. Escribe:
He tenido que ir y pasar una noche en aldeas paganas para darles a conocer nuestra religión pero, al menos aparentemente, lo que les dije no parecía que les interesase gran cosa… (El misionero) pronto se da cuenta que sólo la gracia todopoderosa de Dios puede convertir un alma.

En otra carta:
Desde el 1º de julio de 1959 al 1º de julio de 1960 ha habido 73 bautizos de los cuales 37 de adultos… Cerca de 3.000 personas ha venido a consultas sanitarias, a veces se trata de casos sin gravedad, otras veces de casos muy graves, y para atender a todo eso al menos 3.000 kilómetros a pie con la mochila a la espalda.  
Algunos días es duro, sobre todo cuando la salud no es boyante, pero soy muy feliz de poder trabajar en este sector.

El último acto 

En abril de 1961, cuando se desató la ofensiva general de la guerrilla, gente que veía con malos ojos esta presencia activa en el sector revelaron su presencia a los atacantes. El 18 de abril de 1961 el Padre Luís Leroy estaba rezando en su pobre iglesia. Un destacamento de soldados de la guerrilla fueron a por él. Según la gente del pueblo, él sabía que su salida sería definitiva: piden que le dejen ponerse la sotana, mete la cruz en el fajín, toma su breviario bajo el brazo y les dijo adiós. Cabeza descubierta, pies descalzos, sigue a los soldados por caminos escarpados. Según un testimonio, Luís Leroy fue interrogado, golpeado y quemado en la casa hasta desfigurársela. Algunos cristianos de otra aldea que pasaban por allí vieron de lejos la escena, pero no lo reconocieron. Poco después se oyeron tiros en el bosque, y todo se acabó… Su sueño de joven había sido escuchado.
Muchos años después, un no-cristiano de la aldea asegurará a un sacerdote laosiano detenido con él en un campo de concentración confesará su odio contra los sacerdotes, y le dirá: “A ése de Ban Pha le Haut lo mataron!”
Su tumba improvisada fue encontrada algunos días después por parroquianos  adictos. Tan sólo dos años más tarde un Oblato pudo visitarla y bendecirla de prisa… Actualmente se halla en un arrozal que una cristiana ha rescatado en memoria del Padre Leroy.  Sí, la buena semilla del Evangelio fue sepultada en tierra lejana, esperando la hora de germinar.
Según lo sabido más tarde, Luís hubiera podido salvarse fácilmente. Cuando las tropas del rey abandonaron su pueblo, Ban Pha, los militares insistieron para que partiera con ellos. Él se negó tranquilamente, diciendo que su deber era quedar con su gente, conforme a la orden recibida de sus superiores. Añadió: “estoy dispuesto a morir por el Señor - Pho nhom tai pheua Phrachao”. Un joven que formaba parte de ese destacamento, afirmó que él había vuelto dos horas después solo, arriesgando su propia vida, para intentar convencerlo a que se fuese. Cuando llegaron los soldados del otro campo, su vecina Anna, joven cristiana enteramente consagrada a la misión, por su parte, se lo suplicaba. Pero todo fue en vano…
Luís Leroy, como los demás sus hermanos Oblatos, aplicaba estrictamente la consigna romana de quedarse en medio de los cristianos, aún a riesgo de poner en peligro su vida (es verdad que la orden de retirada de su superior provincial ya estaba en camino, pero el mensajero no llegó a tiempo). Vivía heroicamente su consagración de religioso misionero, interpretando al pie de la letra el llamamiento solemne de San Eugenio de Mazenod, Fundador de los Oblatos, a sus hijos: “(Los Oblatos) están llamados… a renunciar completamente a sí mismos… dispuestos a sacrificar todos sus bienes, sus talentos, el descanso, su propia persona y la misma vida por amor a Jesucristo, el servicio de la Iglesia y la santificación del prójimo…”

Una carta del Padre Luís Leroy 
a las Hermanas Carmelitas de Limoges (1959)

(…) Disponiendo hoy de un poco de tiempo, lo que no ocurre  menudo, os doy algunas noticias sobre mí y mi sector.
Es probable que, por la radio y los periódicos hayáis oído hablar de los acontecimientos que se están desarrollando en Laos. Por el momento, en cuanto podemos juzgar, esto está más bien en calma; por mi pueblo, una vez, pasaron cerca de setecientos soldados; a mí no me dijeron nada, ni tampoco a la gente. Para el futuro, no sabemos nada, por eso actuamos como antes, poniendo la confianza en el Buen Dios.
En cuanto a mí, la moral es excelente, soy muy feliz con mi dura pero espléndida vida misionera. Mis peticiones de antes, referentes a la vida misionera en la selva, han sido escuchadas plenamente. En cuanto al apostolado, tengo mucho trabajo. Durante el año transcurrido, he distribuido más de 4.000 comuniones, he escuchado más de 2.000 confesiones, 19 bautismos, este número será muy superior el año que viene porque, actualmente, instruyo a 70 catecúmenos, la mayoría podrán ser bautizados por Pascua de 1960.
¿Esto quiere decir que todo es perfecto? Ciertamente no. Últimamente una cristiana apóstata dejó morir si el bautismo a su bebé de 10 meses. Un cristiano apóstata se está iniciando en el arte de la hechicería. Otro, bautizado el año pasado, prácticamente no ha puesto los pies en la iglesia desde que es cristiano. En una de mis aldeas, donde los cristianos son una minoría en medio de los paganos, los hechiceros son muy activos y consiguen desconcertar a algún que otro cristiano, diciéndole, cuando cae enfermo, que sólo mediante la vuelta al culto de los espíritus puede curarse. Por fortuna esos pérfidos consejos no siempre son escuchados.
Enfermos y heridos acaparan mucho tiempo y obligan a largos y fatigosos desplazamientos. Entre los enfermos que curo, un cristiano se quemó la cara, las manos y una rodilla. Tuve que ir a verle tres veces, ahora bien, para llegar hasta allá hay que andar tres horas y media por la montaña, y heridos o enfermos de ese tipo no son muy raros.
Los numerosos paganos que me rodean, que encuentro cada día, que vienen a hacerse curar, no están en absoluto decididos a hacerse cristianos.
He aquí la perspectiva de mi sector, que una vez más yo encomiendo a vuestras oraciones.  Rezad también por mí, para que Dios pueda llevar a cabo por mi medio todo el bien que él desea hacer.
(…) Os dejo, asegurándoos que mis oraciones por todas vuestras intenciones son más frecuentes -¡y cuánto!- que mis cartas. No pasa día en que yo no hable de vosotros al Señor y a la Santísima Virgen, en quienes yo os reitero mi afecto religioso. Louis Leroy, o.m.i.

Los últimos días y la muerte del Padre Luís Leroy
contados por Mons. Étienne Loosdregt, vicario apostólico de Vientiene.

Este relato de los acontecimientos fue escrito para los misioneros. Se apoya en el testimonio, absolutamente digno de fe, de Anna Boun, la joven cristiana de Ban Pha de la que se ha hablado más arriba. El texto ha sido ligeramente adaptado para hacerlo más comprensible y accesible para el gran público, y para asegurar la coherencia del vocabulario.

El sábado 15 de abril de 1961, sobre las 17 horas, tropas de la guerrilla entraron en Ban Pha, después de dos o tres días de combate en los alrededores y disparos de artillería. El domingo (2º domingo de Pascua) y el lunes reinó la calma. Los militares recorrían el poblado, y los agentes políticos comenzaron con su propaganda y hacían muchas preguntas respecto al Padre: “¿Tiene relación con los americanos?  ¿Ha ayudado al partido de la derecha, los hmongs?  ¿Hace informes? ¿No tiene una emisora de radio, armas?  Algunos van a echar una ojeada curiosa por la misión, intercambian algunas palabras con el Padre.
El martes 18 de abril por la mañana el Padre Leroy celebra la misa y desayuna, como de costumbre. Hacia las 9.30 unos soldados rodean la misión. Dar órdenes a Anna, la vecina, de llamar al Padre. Ella está en la capilla. Ella sale y va a encontrarse con los jefes, a la puerta de la cerca. Le dicen que han recibido por radio una orden para el Padre para que regrese al centro de la Misión en Xieng Khouang. El Padre responde que él no quiero abandonar a sus cristianos, porque está solo él a Ban Pha para ocuparse de ellos, mientras de en Xieng Khouang ya hay varios Padres.
Entonces le dicen que les entregue el revólver. Responde que no lo tiene y que nunca lo ha tenido, es sacerdote. Quieren cachearlo, él se quita la sotana y la camisa sin hacerse de rogar. En el bolsillo le encuentra el rosario y el pañuelo, es todo. Se reviste y entra en su casa escoltado por dos soldados, quienes enseguida agarran su escopeta de caza, revuelven rápidamente la habitación en busca del famoso revólver; entre ellos hablan el vietnamita. Anna se pregunta si el llamado revólver no será la cruz que el Padre lleva en la faja… Finalmente los soldados se retiran con algunas palabras de cortesía.  El Padre entra en la capilla para rezar y le dice a Anna que también ella rece mucho.
No había pasado media hora (11.30) cuando un numeroso grupo de la guerrilla vuelve a casa del Padre Leroy. A los pocos instantes Anna, que está en su propia casa preparando la comida, vio salir a todo el mundo. El Padre cerró puerta y ventanas, mete la llave en el bolsillo y parte delante de cinco o seis soldados: la cabeza descubierta y los pies descalzos, la cruz en la cintura, el breviario bajo el brazo. Al pasar por delante de la casa de Anna, le responde a una pregunta que ella le hace: “Voy a ver al comandante, que me lo ordena”.  Otros soldados se quedan ante la casa y prohíben la entrada.
Hacia las 14 horas vuelven algunos soldados; tienen la llave y responden a Anna que les pregunta dónde está el Padre: “Se fue  Xieng Khouang; venimos a hacer el inventario poner en orden sus cosas.”
Al anochecer, hacia las 20 horas, reúnen la gente del pueblo para una Khosana – una sesión de propaganda. “El Padre no ha sido ejecutado, por más que sea un espía y un traidor. Es malo. Lo llevaron a Xieng Khouang; más tarde vendrá otro, mejor, a remplazarlo.”
Dos o tres días después, el pillaje total de la misión por parte de los soldados de la guerrilla: destruyen las imágenes, queman todo aquello que no pueden llevarse.
El día de la captura del Padre Roy una mujer de Ban Pha Teu vio pasar al Padre, rodeado de soldados, por el arrozal vecino al pueblo. Poco después oyó varios disparos y pensó que habían matado al Padre no lejos del bosque. Por la tarde, un grupo de mujeres del mismo pueblo, yendo a buscar leña para el fuego, se toparon con soldados que las echaron atrás. Ellas, aterrorizadas,  regresaron a casa a toda prisa. Pocos días después descubrieron en el bosque, en el mismo lugar, una tumba reciente, a la que quisieron darle un aspecto de antigua cubriéndola con ramas y hojas secas por encima. Se comenta que el Padre está enterrado allí, y ya nadie se atreve a acercarse.

El Padre Pierre Chevroulet, o.m.i. 
añade algunos pormenores a este relato:

Cuando hicieron el inventario de la iglesia, Anna consiguió poner a salvo el Santísimo Sacramento y los vasos sagrados. Más tarde, a primeros de mayo, ella reconocerá en efecto la tumba y llegará a la convicción que realmente el Padre está enterrado allí. Esto se podrá confirmar años más tarde cuando un padre pudo volver a esos lugares.
Roland Jacques, o.m.i.
Traduc: Joaquín Martínez o.m.i.



El P. Luís Leroy, o.m.i., visita las aldeas de su misión

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