sábado, 28 de febrero de 2015

Adiós a Mons. Bernanrdo Witte, OMI


El 21 de febrero de 2015, falleció Mons. Bernardo WITTE, O.M.I., obispo emérito de Concepción de Tucumán (Argentina), a la edad de 88 años. Se velaron sus restos en La Iglesia de La Carrodilla – Mendoza, donde ha vivido sus últimos 10 años, celebrando particularmente el sacramento de la reconciliación al que acudían adultos y jóvenes.

En su última diócesis le daban el adiós con estas palabras: “He combatido bien mi combate…”   http://www.aica.org/documentos-s-TW9ucy4gQmVybmFyZG8gRW5yaXF1ZSBXaXR0ZSwgT01J-2673

Hace unos años me envió un lindo testimonio sobre una milagrosa curación de su madre por intercesión de S. Eugenio de Mazenod. Se la publiqué en el sitio de la Postulación general OMI. Leerlo...



Una milagrosa por intercesión de S. Eugenio



Mons. Bernardo Witte, OMI, Obispo emérito de Concepción, y  anteriormente de Rioja (Argentina), nos envía el testimonio sobre la supuesta curación milagrosa de su madre. La transcribimos tal cual a continuación.


Narración de un presunto milagro

       Cuando estudiaba allá por el año 1952 como joven escolástico en nuestra Facultad de los Misioneros Oblatos, me comunicaron telefónicamente sobre la grave enfermedad de mi buena madre. Ella sufría desde hacía años ataques biliares, pero esta vez su estado se había complicado gravemente. De inmediato me alisté y alcancé el tren más conveniente. En el largo viaje de unas cinco horas de duración, recé con angustia y esperanza varios Rosarios por la querida mamá, la cual esperaba para dentro de dos años el gran díada mi futura ordenación sacerdotal. Con cariño y gratitud admiraba y recordaba su vida sacrificada y me resultaba un grato deber rogar intensamente por la recuperación de su salud.
            En casa éramos 8 hermanos: 3 mujeres y 5 varones. Papá trabajaba incansablemente en nuestra granja agrícola. Como niños le ayudábamos con filial afecto. Media docena de vacas lecheras constituían la garantía de un ingreso financiero diario, apoyado por la producción agrícola de nuestros campos, apenas 10 hectáreas.
           La querida mamá, alta, fuerte y cariñosa, era el corazón del hogar en medio de los quehaceres diarios. Con frecuencia entonaba con su voz maravillosa alegres cánticos religiosos. Su incansable entrega a la convivencia de nuestra familia de pequeños agricultores generaba un ambiente de fe y de piedad, de responsabilidad y laboriosidad según el espíritu de la fe católica, enriquecida por una edificadora piedad mariana. La veíamos legre y laboriosa en los quehaceres domésticos valorábamos su entrega día por día motivada por su profunda fe católica y su entrañable amor a la Virgen María que nos unía vivamente. La oración diaria de toda la familia antes y después de almorzar y de cenar, como así también la fiel asistencia de cada uno de nosotros a la misa dominical constituían el fundamento de la vivencia católica, motivo y orgullo de la alegría cristiana.
           Mi hermana mayor ya era miembro de la Congregación Mariana de Schoenstadt y misionera en África del Sur. Yo también anhelaba ser misionero…
           Después de cinco horas de viaje, llegué al pueblo natal. En el hospital encontré a mi buena madre en grave estado. Sentí una profunda angustia y pena al verla tan sufrida,  dolorida y disminuida. Traté de saludarla, de apretarle la mano, de expresarle mi cariño, gratitud, cercanía, bendición y esperanza; pero la pobre permanecía insensible, ya se había desvanecido.
            Saludé y abracé con lágrimas a mi preocupado padre y a los cuatro hermanos y hermanas presentes. Ellos me informaron sobre la gravedad de la enfermedad, precisando que existía muy poca esperanza  de sobrevivir. Las beneméritas Religiosas, responsables del Hospital zonal, me explicaban con delicadeza que se había producido una grave crisis en los cálculos biliares, por ello ya le habían administrado los últimos Sacramentos. Mi buena madre estaba virtualmente agonizando. La bendije, le ponía la mano sobre la frente, expresando mi cariño y mi dolor por no poder intercambiar ni una palabra ya que ella permanecía inconsciente.
                El médico de cabecera –creyente y comprensivo- me informó con franqueza: Su madre está agonizando, ya no hay nada que hacer. “¡Uds. han de orar por  un milagro!”  Mi hermana permanecía al lado de la querida moribunda, mientras los hermanos me llevaron a la casa paterna  donde papá debía cumplir sus faenas impostergables de agricultor. 
            En casa, después del intercambio de opiniones nos propusimos rezar de inmediato una Novena al Beato Eugenio, Fundador de la amada Congregación de los Oblatos a la que yo pertenecía desde hacía cuatro años. Con nuestro padre y hermanos teníamos un concepto claro: ¡Sólo un milagro podía salvar a la moribunda! Debíamos orar por el milagro de la recuperación de la querida madre en tan grave estado.
            Decidimos rezar de inmediato la novena al venerado Eugenio de Mazenod. Sobre la mesa familiar colocábamos la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro, tan querida por la enferma, y el cuadro de mi venerado Eugenio de Mazenod, Fundador de la amada Congregación en quien tenía tanta esperanza y veneración. Después de encender las velas del pequeño altar familiar, nos pusimos de rodillas e iniciamos el rezo del Santo Rosario y la Novena al Beato Eugenio. Con piedad filial elevamos súplicas por la moribunda, rogando y esperando por cierto la milagrosa intercesión sobrenatural, es decir, la curación milagrosa de la querida madre.
           A unos cuatro kilómetros de la casa paterna está ubicado el convento de los Padres Oblatos, con un colegio secundario de numerosos alumnos. Naturalmente esa misma noche visité brevemente a mis hermanos Oblatos, rogándoles encarecidamente que se unieran a la oración por la recuperación de la salud de mi madre. Con fraternal afecto prometieron de inmediato la ayuda espiritual y se unieron a nuestras súplicas por la enferma grave.
            Al día siguiente no había ninguna novedad, ninguna mejoría. Intensificábamos la súplica por la sanación, invitando a vecinos, parientes y amigos a unirse a nuestras oraciones.  Al tercer día de la novena cuando llegué al hospital, encontré a la querida madre sorprendentemente reanimada. Me parecía que se había producido la milagrosa sanación invocada. Exclamé espontáneamente: ¡Gracias, Dios mío, por este milagro, obtenido por la intercesión  del Beato Eugenio! ¡Muchas gracias, Señor y Dios mío! ¡Viva el Beato Eugenio!
            Los familiares me miraban con asombro, acariciando sin embargo progresivamente también ellos la expresión: ¡Éste sí que es un milagro!
            Finalmente me permito agregar: ¡No debo ni puedo ocultar ni olvidar aquella experiencia milagrosa, gracias a San Eugenio, como extraordinario signo del Amor de Dios! 
            Me complace concluir la narración de la maravillosa experiencia, señalando que el Señor de la vida y de la muerte le ha concedido a mi querida madre la gracia de permanecer después de la milagrosa sanación en activo y feliz en medio de los suyos durante otros 30 años. A la edad de 82 años el Señor de la vida y de la muerte la llamó a mejor vida. R.I.P. 
         Eugenio de Mazenod fue canonizado por el Papa Juan Pablo II el 3 de diciembre de 1995. He tenido la gracia de participar con inmenso gozo juntamente con numerosos Oblatos provenientes de todo el mundo en aquella inolvidable CANONIZACIÓN DE SAN EUGENIO.
       San Eugenio de Mazenod, la familia Witte de corazón te decimos: ¡MIL GRACIAS!
                                                               Mons. Bernardo Witte, omi

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